**¿Perfeccionista y demagogo?**
El 9 de noviembre de 2023, una mayoría de ciudadanos argentinos consagró
con sus votos al ciudadano Javier Gerardo Milei como presidente. Para el
gobierno de ese momento ---incluidos sus socios y aliados ideológicos---
fue un día infausto. A la tristeza del momento se sumó un estado de
estupor que, como bien se sabe, es siempre la antesala para cualquier
estupidez ulterior. Si a Usted la descripción de *estupor* le parece
exagerada, convengamos en usar *conmoción* como un amigable término
sustituto.
La conmoción ---dentro de lo que hoy es la oposición--- no se hizo
esperar, y apareció bajo un doble interrogante (que, incluso hasta
ahora, no tiene, desde su perspectiva, una satisfactoria respuesta).
Primero, ¿"cómo fue posible", se pregunta la actual oposición, "que un
mercader de ideas, circunscrito a los medios de comunicación, resultara
capaz de ganarnos a nosotros, una aceitada y bien probada maquinaria
política-electoral"? Segundo, y con algo más de enjundia, ¿"será que el
ganador, además de ser un hábil tertuliano, es algo más"?
Ese "algo más" que podría ser Milei fue acechando lentamente el cuerpo
y, sobre todo, el alma de la actual oposición. A principios de
septiembre de este año, un incipiente intercambio de mensajes en redes
sociales fue dando cuerpo a una novedosa entidad: Cristina Elizabeth
Fernández invitó al presidente a debatir sobre economía y política en el
Instituto Patria. Desde entonces, y hasta los más recientes mensajes, el
meollo del asunto recala en un juicio valorativo cruzado sobre las
capacidades epistémicas de ambos. Sin embargo, en esta ida y vuelta, la
oposición aceptó -sin querer- que el tertuliano podría, eventualmente,
ser un "intelectual" al que la fortuna (política) le ha sonreído. Y, en
efecto, esto es lo que resultaría algo atractivo.
Aunque, en este contexto, resulta paradójico que, más allá de las
propias declaraciones del presidente, no haya biógrafos informados y
avezados que muestren cómo es que Milei llegó a ser un libertario
minarquista o, en otras palabras, un idealista perfeccionista. Hasta
dónde sabemos por sus declaraciones, llegó al anarcocapitalismo bajo la
influencia de la obra de Murray Newton Rorthbad y, a través de él,
intuimos, debe haber recalado en esas aguas profundas que son Ludwig von
Mises y Friedrich von Hayek. Quiso la fortuna, que muchas veces avanza
con los ojos vendados, que la visión anarcocapitalista que milita el
presidente sea la de Rorthbad, pero bien podría haber sido la del sobrio
Robert Nozick o la del ingenioso Anthony de Jassay. Más allá del enigma
de cómo autores y lectores se encuentran, como afirmó en alguna
oportunidad André Gide, el problema -al menos para muchos- parece
centrarse no tanto en cómo los ideales son usados para contrastar los
hechos, sino en el empecinamiento presidencial por volverlos realidad.
En este sentido, una cuestión crucial es que la oposición yerra al
asimilar al presidente con Alfredo Martínez de Hoz, en cuanto etiqueta
aglutinante de un liberalismo económico que requiere de los fusiles. Más
allá de que, ciertamente, por momentos el actual gobierno muestra un
notable desapego institucional, esa asimilación falla porque Milei, a
diferencia de lo anterior, resulta una especie de revolucionario
profesional. El término "revolucionario profesional" se popularizó
durante las últimas décadas a través de la pluma del premio Nobel
Amartya Sen; no obstante, el profesor Luciano Pellicani (1939-2020), en
su libro *I Rivoluzionari di Professione,* de 1975, da una pista más
contundente: los revolucionarios de profesión buscan el perfeccionismo.
Así, el intelectual -devenido en político- al buscar la perfección, no
solo está tentado, sino que parece estar obligado a perseguir ideales.
No está únicamente listo para cualquier cosa (*utrinque paratus*), está
motivado para perseguir la perfección. No puede pasar desapercibido que,
recientemente, el expresidente Macri haya retratado retratado así a
Milei: una "psicología especial". Creo que es un eslogan político
potente.
Pero esto no es todo. Hay más. ¿Qué pasa ---ya comienzan muchos a
especular--- si el presidente, además de un intelectual, resulta ser una
"animal político"?
Porque hace casi un año ni kirchneristas, ni peronistas, ni las
izquierdas, mucho menos los radicales, contemplaban la posibilidad de
pensar en el actual presidente como un "animal político". Para las
izquierdas, acostumbradas a ver el negocio político por fuera del
proceso electoral, no cabía en su cartografía política analizar a un
Milei como "animal político". Los radicales, que, en su mayoría, ya han
asumido que su rol político consiste en acompañar ganadores, han
delegado en otros la tarea de evaluar quién es un "animal político". En
este contexto, tanto peronistas como kirchneristas lentamente ---incluso
a regañadientes, en muchos casos--- han comenzado a admitir que es
posible que el presidente sea un verdadero "animal político". Muestra de
ello han sido los dispersos festejos de conmemoración del Día de la
Lealtad, en donde los bucólicos discursos fungieron, tan solo, como
ajustes de cuentas para una tropa que está refugiada en una trinchera
asediada.
Para peronistas y kirchneristas, en su forma de "animal político", el
presidente resulta como una especie de aparecido con ropaje
fantasmagórico, es decir, como un "demagogo". Un "animal político" que
es, o puede llegar a ser, la envidia de muchos grupos y organizaciones
políticas. Un ejemplo reciente ilumina este asunto de cuerpo entero. La
creación de la Agencia Nacional de Recaudación y Control Aduanero
(ARCA), más allá de cómo terminen impactando sus intenciones
racionalizadoras, resulta un efectivo golpe de efecto político. De cara
al proceso electoral que se avecina, Milei quiere ser visto como el
presidente que "cerró" la AFIP. Son esos, justamente, los golpes de
efecto que tanto echaron de menos el kirchnerismo como el peronismo
durante su última (fallida) gestión. Y es que la actual oposición conoce
muy bien, a través de su propia experiencia, de qué se trata este
asunto. Puesto que sabe que aun la competencia política bien regulada no
logra evitar al demagogo, ya que la demagogia, como bien sabían los
antiguos, es consustancial a la política.
El sabio maestro Giovanni Sartori advirtió ---especialmente en su
*Teoría de la democracia*--- que la democracia encuentra un terreno
escarpado cuando, mediante sus artes, el intelectual concede
credibilidad al demagogo. De allí resulta que un antídoto contra el
demagogo consiste en refrenar al perfeccionismo. Sin embargo, un
interrogante diferente emerge por estos días y es ¿qué nos depara cuando
el "animal intelectual" y el "animal político" se refunden en un mismo
liderazgo? Es un terreno poco usual y, por tanto, merece toda nuestra
máxima atención pública.